Somos muchísimas las madres en el mundo que criamos solas a nuestros hijos, es decir, sin convivir con nadie más que el niño. La mayoría de nosotras no deseó en principio esta situación, y la hemos asumido frecuentemente sin saber muy bien cómo nos arreglaríamos. Puede haber acontecido que hayamos quedado embarazadas de una relación ocasional y sin embargo hayamos sentido que por algún motivo misterioso, ese ser había sido engendrado y estábamos en condiciones de albergarlo, nutrirlo y llevar adelante el embarazo y el parto. Otras veces puede haber sucedido que el embarazo haya sido planeado dentro de la pareja pero el proyecto de seguir juntos no pudo perdurar, y por lo tanto hemos asumido continuar con el embarazo a pesar de la pérdida del hombre amado, el dolor o el desamparo. En muchas otras ocasiones, quizás las más frecuentes, se produce una separación o un divorcio con hijos ya nacidos. Puede suceder que el padre abandone definitivamente a la cría, por los motivos que sean, y las madres asumamos no sólo la crianza sino también la supervivencia de los hijos en términos económicos. La mayoría de las mujeres, aún en situaciones de riesgo, de falta de dinero, de inmadurez emocional o de soledad, permanecemos con nuestros hijos.
Para que abandonemos a los niños, la desesperación, el sentirnos al borde del abismo, la soledad extrema y el miedo tienen que inundar nuestras vidas. En cambio, si tenemos un mínimo registro de nuestras capacidades nutricias, si tenemos confianza en nosotras mismas, y sobre todo, si somos receptoras de apoyo y cobijo, permaneceremos con nuestros hijos aún en condiciones muy desfavorables.
La soledad es quizás el peor panorama para criar niños. Sin embargo, más allá de todas las dificultades reales y muy concretas, ser “mamá sola” posee algunas ventajas. La principal ventaja es que sabemos que estamos solas. Y los demás también lo saben. El hecho que la soledad sea palpable y visible, nos permite pedir ayuda al entorno con relativa sencillez. Esto que parece una obviedad, no lo es cuando vivimos en pareja. A veces el sentimiento de soledad es inmenso estando dentro de un matrimonio, pero en esos casos no es fácil reconocerlo y mucho menos que el entorno nos registre “solas” y necesitadas de recibir compañía y sostén.
Cuando criamos solas a los niños, y cuando además trabajamos porque somos las únicas generadoras de dinero, no tenemos más remedio que contar con los demás. Algunas mujeres recibimos apoyo de nuestras familias, donde el sostén se constituye naturalmente: pueden ser nuestras madres o nuestros padres que estén presentes, que ofrezcan ayuda económica, o incluso que en su función de abuelos cuiden directamente a los niños. A veces hay una hermana que actúa como soporte, un grupo de amigas solidarias, o una red laboral que equilibra la soledad y la resolución de problemas domésticos. Hay circunstancias donde estamos en condiciones de pagar ayuda doméstica o un canguro durante muchas horas del día. O existe una madrina del niño que se compromete una vez por semana a ocuparse de él. El jefe de la oficina se torna especialmente solidario porque sabe que somos “madre sola”. Nuestras amigas se organizan los fines de semana, nos invitan a reuniones y preparan los festejos de cumpleaños de nuestros niños. Lejos de ser una situación ideal, rescatemos el hecho de que la “soledad” es clara para todos, principalmente para nosotras. Y desde esa claridad, podemos actuar en consecuencia.
Casi todas las personas devenimos solidarias con una madre sola criando a sus hijos, porque todos podemos imaginar el enorme esfuerzo que conlleva y los obstáculos que en la vida cotidiana tiene que sortear la madre para cumplir con la diversidad de roles, y para que los niños estén bien cuidados y atendidos. Esa solidaridad colectiva, es posiblemente uno de los principales provechos. Y si ésa es nuestra realidad, vale la pena tomarla en cuenta.
Hay algunas otras ventajas menores: Cuando el bebe es pequeño, las madres podemos tener –si somos emocionalmente capaces- toda la disponibilidad afectiva para con el niño. Porque no habrá demanda por parte del varón de atención hacia él, ni de cuidados, ni de escucha, ni requerimientos domésticos. Es decir, si somos capaces de fundirnos en las demandas y necesidades del otro, será completamente en beneficio del niño pequeño en lugar de “dividirnos” entre los pedidos de unos y otros. Este tampoco es un tema menor, aunque no estemos acostumbradas a hablar abiertamente sobre las ambivalencias a la hora de atender a la pareja cuando reclama atención y cariño mientras el pequeño bebé espera su turno. Este “agotamiento” deseando satisfacer necesidades ajenas suele ser muy frecuente cuando estamos en pareja, y mucho más liviano cuando “sólo” nos ocupamos del bebé.
Otro hecho que se da mucho más naturalmente cuando estamos solas, es el dejarse fluir en el contacto corporal con el niño, especialmente por las noches. Cuando el cansancio nos agobia, cuando sólo queremos dormir y no tenemos más fuerzas, cuando el niño llora pidiendo contacto y caricias…pues no hay nadie para decirnos qué es lo correcto hacer o no hacer. No hay nadie para opinar a favor o en contra, nadie para dar consejos, nadie para ayudar pero tampoco nadie para interponerse. Simplemente nos tumbamos en la cama con el niño en brazos, tratando de dormir cuanto antes. Con el niño aferrado a nuestro cuerpo y sin molestar a nadie.
Parece una obviedad pero no lo es. La mayoría de las madres que vivimos en pareja y que quisiéramos intentar dormir por las noches trayendo a los niños a la cama, solemos encontrarnos con la negativa del varón, ya sea por prejuicio, por miedo, por incomodidad o por sentirse afuera del vínculo. En cambio, las mamás solas –en circunstancias similares- podemos decidir unilateralmente el mejor modo de atravesar las noches, que –todas lo sabemos- pueden constituir la parte más dura en la crianza de los niños pequeños.
Por supuesto que estar sola en la crianza y en la vida cotidiana, no es maravilloso ni mucho menos. Todos necesitamos compañía, interacción y diálogo. Y mucho más si estamos criando niños pequeños. Por lo tanto, si no tenemos pareja, nos veremos en la obligación de imaginar otros tipos de sostenes y ayudas, para que nuestra experiencia maternal sea lo más feliz posible y para que los niños reciban el amor y el cobijo que merecen.
Personalmente, creo que la mejor opción cuando no hay varón o no hay varón sostenedor, es la red de mujeres. Tengo la certeza de que hemos sido diseñados como especie de mamíferos para vivir en comunidad, y que a lo largo de la historia hemos constituido tribus o aldeas para compartir la vida. Hoy en día los grandes centros urbanos se han convertido en el peor sistema para criar niños, ya que las madres estamos cada vez más solas y aisladas, por lo tanto los niños tienen pocas personas a quienes recurrir en sus rituales cotidianos.
Necesitamos reinventar un esquema antiguo pero con parámetros modernos, siempre y cuando haya un conjunto de mujeres criando niños. No importa cuántas ya que una sola madre no logra criar a un niño. Pero cinco madres juntas pueden criar a cien niños. El secreto está en el conjunto, en la solidaridad, la compañía y el apoyo mutuo. Ninguna mujer debería pasar los días a solas con los niños en brazos. La maternidad es fácil cuando estamos acompañadas. No juzgadas ni criticadas ni aconsejadas. Simplemente junto a otras personas, en lo posible junto a otras mujeres que estén experimentando el mismo momento vital. Cuando las mujeres estamos intercambiando conversaciones, bromas, llantos o recuerdos con otras madres, nos resulta muy liviano permanecer con nuestros hijos. En cambio, cuando estamos solas, creemos que no somos capaces y suponemos que deberíamos dejar a los niños al cuidado de otras personas para “ocuparnos de nostras mismas”. Frecuentemente no registramos que el problema está en la soledad de permanecer junto al niño. No en nuestra incapacidad para amarlos.
Por eso, insisto, es responsabilidad de las mujeres reconocer que necesitamos volver a juntarnos. Que si funcionamos colectivamente y dentro de circuitos femeninos, la maternidad puede resultar mucho más dulce y suave. Y que “mamá sola”, es aquella que no es comprendida, apoyada ni incentivada, aunque conviva con muchas personas. Y “mamá acompañada” puede ser una mujer que no tenga pareja, pero que sin embargo cuente con el aval de su comunidad.
Laura Gutman
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